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Biografía de Carlo Magno

Nacido en Aquisgrán, Carlos I el Grande fue rey de los francos y los ​lombardos, además de ser coronado como el primer emperador ​del Sacro Imperio Romano Germánico. El reino de Carlomagno, al ​que se le ha llegado a encumbrar como padre de Europa, se ​extendía por los territorios en los que hoy en día se ubican los ​países de Francia, Suiza, Austria, Bélgica, Holanda y Luxemburgo, ​además de buena parte de Alemania, Italia, Hungría, República ​Checa, Eslovaquia y Croacia. Mantener el Imperio carolingio, el ​más grande desde la caída del Imperio romano de Occidente en ​el año 476, le obligó a entrar en guerra continuamente. Una de las ​confrontaciones clave fue la batalla de Roncesvalles, en la que los ​intentos de Carlomagno de arrebatar la península Ibérica a los ​musulmanes fracasaron. La muerte de Carlomagno fue el inicio ​del fin de su imperio, que se fragmentó víctima de luchas ​hereditarias.

El impacto de Carlomagno en la cultura europea fue tan inmenso que su reinado, con sus logros y sus fracasos, ​modificó profundamente la sociedad occidental. El rey de los francos llevó a cotas incluso más ambiciosas, a una ​dimen­sión continental, el proceso de expansión que venían protagonizando su dinastía y su nación desde finales ​del siglo VII.

Fuese en la paz o en la guerra, batallando en persona o mediante legados, ​disfru­tando de victorias ininterrumpidas o lamentando alguna derrota, Carlo­​magno consiguió reunir a los pies de su trono la mayor entidad territorial ​vista en Occidente desde la caída de Roma tres siglos antes. Este espacio ​inmenso abarcaba desde el Ebro hasta el Danubio y desde el mar del Norte ​hasta el Mediterráneo. Superaba el millón de kilómetros cuadrados y es­taba ​habitado por 15 millones de per­sonas, una enormidad para los cánones ​europeos de la Alta Edad Media. Era como si el hijo de Pipino el Breve hubiese ​res­tablecido el imperio de los césares.


Su reinado supuso un renacimiento cultural en Europa que tuvo en Aquisgrán, ​la capital, un foco de irradiación. La economía también vivió un momento de ​relativa opulencia durante el man­dato de Carlomagno. Fue gracias a que lo ​saqueado, primero, y la paz in­terna avalada por la existencia del pro­pio ​imperio, después, aseguraron la estabilidad. Se reanudaron los antiguos ​vínculos mercantiles con Oriente, además de darse un activo intercam­bio de ​productos entre el campo y los burgos o entre las ciudades de cierta ​envergadura. La sociedad, en todo caso, estaba marcada por profundas ​desigualdades.


Cuando la salud del emperador se resintió, después de décadas en el trono, ​trasmitió su poder a su hijo Ludovico Pío. Se retiró de la vida pública para ​dedicarse a cazar en los bosques de las Ardenas. El monarca, mal abrigado, ​enfermó. Falleció poco después, el 28 de enero de 814.

Había modelado un im­perio institucionalmente homogéneo, que rezaba bajo el mismo signo, el de la cruz, y ​que había recuperado la lengua latina y otros importantes ras­gos culturales compartidos. Su recuerdo, ​magnificado, repercutió desde la leyenda durante el res­to de la Edad Media. Estos son los rasgos principales de ​Carlomagno que guiaron su reinado.

  • Líder guerrero


Duran­te la larga primera etapa de su gobier­no, desde que empuñó por primera vez el cetro, en 768, hasta que se ​coro­nó emperador, en el año 800, la guerra ocupó un papel central. Car­lomagno encabezó en persona durante ​unos tres decenios –prácticamente cada verano– campañas dirigidas a instaurar o a re­afirmar su autoridad ​dentro y alrede­dor de sus dominios. El he­cho es que, principalmente en la etapa trascurrida hasta el año 800, ​Carlo­magno consiguió duplicar los señoríos que le ha­bían correspondido por parentesco.

  • Diplomático


Pese a la guerra, Carlomagno em­pleó insistentemente la vía diplomática. Fue el camino que escogió para tratar ​con el mandatario de Asturias Alfonso II y con los múltiples reyezuelos anglosajones que dominaban por entonces ​Ingla­terra. También lo empleó con aquellos con quienes se repar­tía los bloques más grandes del mundo ​conocido: el emperador bizantino y el califa abasí.

  • Ferviente cristiano


A diferencia de los antiguos cé­sares, el nuevo dirigente no era pagano, sino que abrazaba fervoro­samente la cruz. ​De hecho, emulaba al bíblico rey David y al emperador converso romano Constantino. Carlomagno ansiaba ver ​bendecida –es decir, legitimada religiosamente– la ambiciosa unidad po­lítica que había ensamblado, así como ​blandir la espa­da en nombre de la vo­luntad divina y en defensa de la fe, o al menos que se entendiera así. ​Finalmente, logró ser coronado emperador en Roma la navidad del año 800 por el papa León III.

  • Buen organizador


Carlomagno diseñó un modelo guberna­mental para cohesionar los territorios adquiridos. Fortificó las fronteras ​exteriores y pacificó sus dominios. El emperador creó un gobierno cen­tralizado que respetaba las diferencias ​regionales. Impulsó entre sus súbditos una noción de pertenencia al Imperio a través de un juramento oral de ​leal­tad. De la justicia, la re­caudación de impuestos y la leva de soldados se encargaba una serie de instituciones ​individuales (como las representadas por inspectores y por los condes de cada comarca) y colegia­das (los ​tribunales locales y la asamblea general del Imperio).

  • Impulsor de la cultura


La enseñanza fue un instrumento fundamental en el programa conce­bido por Carlomagno para dotar a su ​imperio de mecanismos con que ro­bustecerse. Fundó la llamada escuela palatina, una reunión permanente de ​teólogos, fi­lósofos, cronistas, juristas y eruditos que, congregada en torno al emperador, debía dirimir el modo de ​resol­ver los problemas más diversos. Juntos convertirían la capital, Aquisgrán, en un polo cultural ca­paz de hacer ​frente a la propia Bi­zancio. No tardarían en aparecer también centros de enseñanza en monasterios y catedrales.